20091014

Tenía una forma especial de besarla. Con mucho cuidado, cogía entre sus manos la pálida cara de ella, que le miraba conteniendo una sonrisa y observaba. Y esas manos posadas, sin fuerza, para que no se rompiese, como si fuese de cristal, le acariciaban con los pulgares las sienes, suaves, cálidas. Y después inclinaba la cara, y lo primero que rozaba con los labios era su nariz, salpicada de pecas tostadas. Y la frente le seguía, ahí apoyaba la boca y respiraba su perfume. Y los ojos. Primero el izquiero, luego el derecho, siempre en el mismo orden. Y ella intentaba hacerle cosquillas en los labios con las pestañas. Acariciaba su mejilla con la frente desnuda de ella, y seguía besándola por un lado de la cara, en la mandíbula, terminando en la barbilla. Y ahí ella cerraba sus ojos ambarinos y se deshacía ante él. Y cuando por último se inclina a besar los labios rosa claro de su vida, parece como si corriese por los dos una corriente cálida de aire, como en esos fríos días de otoño en los que el sol asoma y te calienta con un rayito... Bienestar.

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