20090714
20090710
Su vida.
Se sentaba en el sitio de siempre, el suelo de la octava puerta contando desde el principio del tren de las diez, que solía ir lleno hasta arriba de gente que volvía de trabajar, gente que volvía de estar con amigos y gente para la que ahora empezaba su día a día, o noche a noche. Pero ninguna de estas descripciones encajaban para ella.
Ella volvía de estar sola. De pasear por el Madrid más recóndito, tumbarse en callejas por donde la gente no pasaba incluso por miedo, y esquinas oscuras que guardaban los más antiguos secretos en sus paredes.
Le encantaba pasear, sobre todo por aquella ciudad que escondía tantas historias. Se volvía loca memorizando aceras con los pies, viendo caras anónimas e imaginando vidas. Sí, miraba a alguien y según su expresión intentaba adivinar que le esperaría en casa, o hacia dónde iba, los problemas que tenía o si había alguien que estaba pensando en ella o él en ese preciso momento. Le entristecía ir sola, no tener alguien con quien reír e imaginar esas vidas anónimas, pero intentaba no pensar en ello. Cuando veía parejas felices paseando juntos, sosteniéndose el uno al otro, los ojos se le llenaban de lágrimas. Pero no de celos, o de tristeza... Bueno, quizá por un poquito de tristeza; Pero en realidad lo que a ella le hacía lagrimear era la emoción y la felicidad de ver que el amor no había muerto ni por aquellos sitios, que el afecto, la confianza y el respeto seguían entre esas lúgubres paredes.
Salía cuando notaba que algo había cambiado en su vida. Si estaba contenta por algo y de repente se sentía triste sin saber por qué, se iba y no dejaba que sus ojos se empañaran hasta estar segura de que nadie podía molestarla o intervenir en su improvisada tristeza, después, se dejaba llevar. Caminaba sin rumbo, durante horas, y se sentaba en las aceras a escuchar, y cerraba los ojos suavemente intentando memorizar el olor de aquellas tardes de otoño, frescas y con viento, el ruido de las hojas secas bajos sus pies y al caer, cuando las rozaba el viento y se oía una canción preciosa solo con esos sonidos. Adoraba los días de otoño, cuando anochecía temprano y el aire fresco le rozaba las mejillas y la hacía estremecer. Notaba que sus Pestañas Negras se movían y el viento le cortaba las orejas y el pelo bailaba al son de la música de las hojas secas.
Esa era su vida, su rutina, y aunque no era perfecta, a ella le gustaba.
Buscando mi destino, viviendo en diferido;
me vuelvo duro como una roca,
si no puedo acercarme
ni oír
los versos que me dicta esa boca;
y ahora que ya no hay nada,
ni dar
la parte de dar que a mi me toca...
20090708
Nieve.
El tiempo pasó y, con él, se llevó situaciones, sentimientos y pasiones. A menudo ella recuerda que vivió el más bonito amanecer de todos los tiempos con la persona que más llegó a querer en la vida, y susurra al aire: